Estaba comiendo con mis hijas cuando la de seis años me dice:
¿Sabes qué me gustaría mamá? que cuando la gente se muera se convirtiera en ángel y se quedara volando junto a mí. Así me acompañarían siempre.
Me dijo esto la misma semana en la que por segunda vez en más de veinte años tuve una sesión de terapia para hablar – desde el corazón – de haber perdido a Paulina mi hermana. Curiosamente, en la sesión, lloré la tristeza de que ya no está conmigo, y la terapeuta me hizo hablar con ella, despedirme, decirle cuándo la extraño y cómo me dolió perderla.
Fue muy difícil, primero no me salían las palabras, después me salieron como ensayadas, como robóticas, poco a poco, acostada boca arriba con los ojos cerrados, me ayudó a visualizarla, recordar cómo sonaba su voz, cómo olía, cómo eran sus gestos, hasta que pude tocar su imagen, su recuerdo, su presencia, con el corazón. Ahí, las palabras salieron atropelladas por mucho dolor, ahí pude decirle, con todo mi cuerpo, «Adiós» «Te extraño», «Te quiero». Y me dejó de tarea, hablar con ella.
Para alguien como yo, que durante casi diez años bloquee la pérdida, negando que existió, literalmente diciendo «somos dos hermanas» en lugar de fuimos tres, sin poder ni siquiera pronunciar su nombre o ver sus fotos, alguien que solamente fue a la misa del depósito de cenizas pero que nunca quizo o ha querido visitar la cripta en donde está, hablar con ella suena aterrador.
Se me hizo interesante que Inés mi hija me dijera esto cuando me dejaron esta tarea. Quisiera, como Inés, saber que Paulina me acompaña, poder hablar con ella, todavía no me siento lista para «hablar» en voz alta con ella, pero llevo un par de días hablando en la mente. Me gustaría que fuera como en las escenas de la serie Six Feet Under, en la que los muertos están ahí y responden, así sería más fácil para mí hablar con Paulina.
Pensé que tal vez una forma de hacerlo sería escribirle. La teoría es que tengo que hablarle, despedirme, dejarla ir, sacar la tristeza, para que poco a poco, pueda quedarme con lo bueno, con los momentos que me dio, con los recuerdos que tuvimos juntas. Sanar la despedida para poder quedarme con el recuerdo.

Paulina:
Te recuerdo con tu mameluco de rayitas. Extraño la mirada que tenías, entre intensa y un poco extraña con los lentes de fondo de botella que usabas. Extraño tu peinado de niño. Tus dientes chiquitos. La combinación de ternura y diversión que me hacías sentir. Extraño tenerte cerca. Escuchar tus ocurrencias. Poder cuidarte. Poder quererte. La casa se quedó callada cuando te fuiste. Eras el centro. Nos quedamos sin un lugar, sin saber qué hacer o qué sentir. Nos quedamos sin tu vitalidad. Extraño tus abrazos. No sé cómo recordarte sin extrañarte. No sé cómo guardarte sin tristeza. No me sé sin ti. Fue muy difícil perderte tan despasito, ver cómo cada día se me iba un poco de ti y no poder hacer nada para detenerlo. Te fuiste apagando y nadie me dijo que ibas a hacerlo. Yo creo que ninguna de las dos sabía bien lo que estaba pasando, ni si quiera sé si nos dimos cuenta de que se nos estaba acabando. Simplemente estábamos, éramos. Cuando dejaste de hablar, yo dejé de hablar contigo, en mis fantasías ibas a volver a hacerlo, pero no fue así. Creo que me duele mucho no haberme despedido. A veces no sé por qué estuviste si te ibas a ir. Me duele demasiado acordarme de ti cuando estabas bien, eso me hace extrañarte más fuerte, es más fácil pensar en ti en el último año, cuando ya de plano no estabas para nada. Cuando aunque era evidente que ya no te curabas yo seguía pensando que de repente ibas a mejorar, a regresar, a ser mi hermana juguetona y divertida. Extraño muchísimo lo cariñosa que fuiste conmigo. No puedo creer que te extrañe así casi treinta años después. Extraño tu mameluco de rayitas.
Por ahí dicen que perdonar es recordar sin dolor. Siento que despedirse y dejar ir es lo mismo. Hasta que la pérdida se transforma en esta nueva compañía, como los angelitos de los que habla Inés, en esa nueva forma de presencia, no podemos recordar sin dolor.
Si algo he aprendido en esta etapa de mi vida, es que el duelo no tiene fecha de expiración, que puede ponerse en pausa y quedarse con nosotros toda la vida, a menos que nos aventemos a trabajarlo, a expresarlo, a despedirnos, a dejar ir. A mí me tomó muchos años entrarle, pero siento que poco a poco me voy quitando este peso de encima. Creo que hay gran sabiduría en dejar ir el último capítulo de las personas que perdimos para irnos quedando con la historia que compartimos. Rescatar a la personas que fuimos y que somos gracias a quienes ya no están más con nosotros.
De la página que recomiendo abajo, hay dos artículos relevantes para este tema. El primero, la dualidad que vivimos con querer dejar ir la tristeza pero temer que eso es perder lo último que nos queda la persona que perdimos. https://whatsyourgrief.com/grief-and-the-fear-of-letting-go/ El segundo, recursos para mantener vivo el vínculo después de la muerte. https://whatsyourgrief.com/16-practical-tips-continuing-bonds/. Están en inglés.
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No soy experta en la pérdida, pero sí ha sido algo que ha informado mucho de quien he sido y tratado de no ser. Estoy tratando de reconstruir mi historia para adueñarme de ella. Quiero dedicar esta sección a todas aquellas personas que perdieron algo o a alguien. Particularmente en una época en la que poco se sabía o hablaba del duelo. Quiero iniciar una conversación para quienes durante algún tiempo, han tenido atorada la pérdida y que estén trabajando por acomodarla y asumirla. Espero que mis textos nos den algo de paz y respuestas.
Me tropecé con una página (en inglés) con excelentes artículos y recursos para trabajar el duelo. Se las comparto. https://whatsyourgrief.com/