FOTO: Sin autor. Tomada de la página https://whatsyourgrief.com/stress-in-grief/
Querida Paulina:
Supongo que así empiezan las cartas. Contigo está raro escribirla, porque la última vez que hablé contigo era niña. Te escribo a mis cuarenta, y a un año de tu treinta aniversario de muerta. Tecleo sin saber qué quiero hacer con esta carta, o por qué la estoy escribiendo. No sé tampoco si será la única carta que te escriba, o si será la primera de una serie de cartas. Desconozco el tenor también, no sé si serán letras enojadas, nostálgicas o neutrales. Te confieso que me siento lejos de las palabras, estoy haciendo esto más como un ejercicio de exploración en haberte perdido.
Tengo que contarte que durante casi 28 años, lo que me quedé de ti fue la noción de que exististe, la anécdota de que te moriste, te tuve poco presente en mi dolor y mi memoria. Durante los años que te sobreviví, pensaba que nuestra historia había sido una mezcla de juegos divertidos, juegos aburridos, enfermedad y muerte. A partir del día que tu cuerpo dejó de estar en la casa, dejaste de estar en mi mente y mi corazón. Tu presencia era algo así como esa anécdota vergonzosa que cuidas que no salga, que rezas por que no se sepa. Pensaba en ti en términos de poder ocultarte, me avergonzaba tu existencia. Al cabo de muchos años, pude integrar tu memoria a una suerte de anecdotario de infancia, como quien cuenta las escuelas a las que ha ido, los lugares en los que ha vivido. Sin emoción, mordiéndome el dolor, esquivando profundizar, hablaba de mi hermana Paulina. Poco, y con poca gente.
Después, con las amistades congeladas, que conocían ya mi historia, tú historia, nuestra historia, (es decir, que exististe y te moriste), dejé de pensar en ti, de esquivarte, de evocarte.

Hace poco menos de un par de años, sales a relucir en terapia, no como la hermana que perdí, si no como la pérdida, que me impidió vincularme con Ximena nuestra otra hermana. Fue tan difícil para mi ponerte en el mismo plano que Ximena, que no siento real la frase nuestra hermana. Ximena llegó casi cuando tú te empezaste a morir, y cuando por fin te moriste, Ximena también se enfermo. Jamás las registré como contemporáneas, jamás las consideré juntas. No tengo memoria de ustedes dos jugando o conviviendo. En mis recuerdos me veo entre las dos. Aferrada a ti, alejada de ella.
El caso es que no sé por qué, el hallazgo de que se vale querer a Ximena, de que no te soy desleal, cambió algo en mi. Me permitió conocer a Ximena, aceptarla y perdonarla: por no ser tú, por estar también enferma, por no ser perfecta, por hacerme perfecta. Algo despertó en mi, una suerte de curiosidad de revisitar cuánto de mi sentir y vivir sigue estando afectado por nuestra historia, aún cuando no se me había ocurrido posible. Así que poco a poco me ha dado por ir profundizando en nosotras, nuestra relación, nuestra despedida, el hueco que dejaste en mi, el miedo que no he dejado de sentir.
Creo que contigo sentí la primera complicidad de mi vida. El cariño más grande, el deseo de proteger, la envidia más feroz, el miedo de perder, ahora el miedo de volver a sentir ese dolor. Contigo se me prendió el binomio de alerta-miedo, no he sabido apagarlo y me urge hacerlo.
Estoy probando si hablar de ti, contigo e investigar el pasado, me ayudará a dejarte ir, a soltar esta mezcla de tristeza, culpa, miedo, que no he podido dejar. Hoy es tu aniversario, y no siento nada. No me siento triste, tampoco pensativa, no te extraño. De hecho me cuesta creer que exististe. Me cuesta distinguir cuánto de la familia a la que llegué era así y iba a ser así porque así son nuestros papás, y cuánto de la familia que me tocó, fue así por cómo fuiste tú. Mucho de lo que mis padres sabían, se los enseñaste tú, mucho de lo que esperaban de mi, seguramente tuvo que ver contigo. Quisiera que alguien me dijera qué sentí, qué pensé y cómo lo viví, porque yo no me acuerdo, no con claridad, simplemente a nivel visceral, cosa que aparentemente viví en soledad y silencio, porque ni mi mamá ni mi papá se acuerdan de nada.

Pensar en unos papás que por verme en paz, sin quejarme, sin expresar emociones difíciles, asumen, que estoy bien, me enoja mucho. Que no se hayan frenado un segundo a pensar qué sentía yo, me enchila. Qué cómodo. El que no grita no mama. Siento que están acostumbrados a esperar de mi, pedir de mi, siempre con ese «tú que puedes», «tú que están bien», «no seas egoísta mijita». Pero creo que esa carta, es una carta que debo escribir a mi mamá. Quien por cierto, padece de memoria selectiva.
Mejor me despido, siento que estoy subiendo de tono, me siento un poco fuera de lugar de reclamarte, o reclamarles, especialmente hoy.
Cerrare como abrí, Querida Paulina: espero que este año, con esto que estoy haciendo, encuentre la forma de soltar la persona que soy por haber crecido junto a ti. Espero poder conocerme a pesar de ti, después de ti, legitimarme y dejarte ir. Espero estar aquí en un año, escribiendo desde otro lugar, más sano, más confiado y más libre.

*
No soy experta en la pérdida, pero sí ha sido algo que ha informado mucho de quien he sido y tratado de no ser. Estoy tratando de reconstruir mi historia para adueñarme de ella. Quiero dedicar esta sección a todas aquellas personas que perdieron algo o a alguien. Particularmente en una época en la que poco se sabía o hablaba del duelo. Quiero iniciar una conversación para quienes durante algún tiempo, han tenido atorada la pérdida y que estén trabajando por acomodarla y asumirla. Espero que mis textos nos den algo de paz y respuestas.