Uno de los privilegios más grandes de ser mamá es ver a los niños jugar. Recordar la capacidad de ver una casa en una caja, un avión en un par de sillas. Dejarse contagiar. Sentarse en la silla y pedir un refresco a la sobre cargo. Cantar las mañanitas a los muñecos de peluche. Jugar a que eres un gato camino a la escuela. Ver en todo, un mundo paralelo, infinito, indefinible, incontrolable. La verdad es que yo nunca dejé de jugar. A la fecha me escapo a los rincones de la fantasía. Eso de crecer esta bien. Madurar, responder, trabajar. No se trata de poblar al mundo de adultos que se quedan niños, pero estaríamos mejor con un poco más de fantasía. Desearíamos menos lo que no tenemos y nos divertiríamos más con lo que hay.  Reiríamos más, pesaríamos menos. Es curioso como al crecer, vamos inhibiendo poco a poco la fantasía. Sustituyéndola con fobias, mañas, malos humores y en muchos casos hasta adicciones. Ojalá que nunca dejemos de ver figuras en las nubes, tiendas de campaña en las salas de las casas, animales en las sombras, ficción en la realidad.


Los domingos, traen consigo la columna semanal de Juan José Millás. Me parece especial e interesante el texto que resulta de la imagen que elige. En un esfuerzo por ampliar los temas de los que escribo, me he propuesto, responder – también semanalmente – con otro texto a la imagen y/o al texto de su columna.

Haz clic para leer la maravillosa columna de Juan José Millás en el País Semanal

UN CHALECO CON SILBATO

NATALIA SANCHA