Creo que fue a los 7 años que me di cuenta que «era diferente», por dentro y por fuera.

Paulina mi hermana «mayor» se veía como una niña de cuatro años bastante normal, tal vez un poco más extrovertida que la media, un poco más loca y muy simpática. El asunto es que no tenía cuatro años, tenía doce. Paulina no era enana, por una enfermedad, se estancó su desarrollo a tamaño preescolar. Su cuerpo parecía de cuatro, su mente de seis. compartimos colegio toda la vida. Por esas fechas que entendí que la frase «es mi hermana grande», no hiciera sentido a quien la escuchara. Creo que ahí empecé a dar explicaciones.

Un año más tarde me pusieron un parche en un ojo para fortalecer al otro, y me metieron a un colegio que no tenía nada que ver con la forma de ser de nuestra familia. Por primera vez estaba en un colegio sin Paulina, pero con parche. Me sentía extranjera por la falta de inglés, por la falta de pasto y árboles en el patio, por la falta de amigas afines.

Un año más tarde cambié nuevamente de escuela, otra vez libre de Paulina, esta vez con árboles, pero nuevamente, en un ambiente que poco tenía que ver con mi familia. También fue el colegio que en paralelo nos acompañó en los años terminales de Paulina. Ya no usaba parche, ahora solamente lentes, pero el código de vestimenta de mis padres no tenía nada que ver con el de los compañeros del colegio, además de que empecé zapatos ortopédicos. Me sentía extraterrestre. Me veía y veían como bicho raro.

Fui perdiendo ligereza. Estaba pendiente de las reacciones de los demás, preocupada de no encajar. Me recuerdo solitaria, observada, reservada, insuficiente.

A los 11 se murió Paulina. Durante ese año y los 2 siguientes, la soledad se revolvió con el enojo y la tristeza. Quería romperlo todo (y lo hice), incluyendo el parabrisas del coche de mis mamá y mis chinos. Tuve mi primera crisis nerviosa fuerte y acabé en un internado. Si creía que mis papás no me entendían, se imaginarán que las monjas lo hacían menos.

Durante seis meses, la furia se fue transformando en una suerte de introspección. Toqué fondo. No entendía qué me pasaba, si por qué sentía lo que sentía, pero sabía que no quería vivir así. A partir de ese momento, empecé a buscar (y practicar) todo lo que se me ocurriera que me ayudara a estar más en paz. Pasados los años, dejé de buscar cómo estar en paz y más cómo ser más feliz.

Esto pasó hace casi 30 años. Hoy, me siento feliz, agradecida, realizada, más allá de en paz, me la paso bomba. El día que toqué fondo empezó a los 7 y acabó a los 14. No ha sido un camino ni lineal ni fácil, pero definitivamente ha valido la pena. He identificado mucho de lo que me ha impedido disfrutar y he podido hacer y sentir más de lo que me deja felicidad.

Pareciera que fue culpa de Paulina, mis compañeros, mis padres, que llegué a sentirme tan sola, pero no lo pienso así, creo que estamos haciendo lo mejor que podemos, vivimos cosas que nos atropellan y tenemos dentro de nosotros la capacidad de darle la vuelta, de ser y hacer mejor gracias a eso.

La verdad pienso: si de todas formas voy a vivir lo que voy a vivir, más me vale sacarle algo de provecho. También me pasa que a «toro pasado» lo veo todo tan simple, tan sencillo, que me trauma haber perdido años a lo tonto, por no haber sabido tomar las cosas mejor. ¿qué si tenía una hermana «rara»? ¿qué si me vestía diferente? ¿qué si usaba parche? En esta etapa estoy tratando de heredar a mis hijas lo más que pueda de lo que he aprendido y tratando de, a quien me lea, inspirarle para que le saque más jugo y se pierda menos en lo que la vida le vaya poniendo en frente.

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Quiero dedicar mis textos a quienes no dejan de buscar aquello que les hace sentir más felices, completos y suficientes. ¿Qué estás haciendo hoy para ser más feliz? (Me encantaría leerlo en los comentarios).