A casi un mes de confinamiento, el reto más grande que he tenido que sortear es el estar confinada conmigo. No con mis hijas de primaria baja, no con mi pareja, no sin actividad física, o sin los amigos, sin la familia, lejos del grupo de la oficina. El golpe inesperado ha sido el estar 24-7 conmigo y dejarme en paz. Dejarme ser. Sin críticas, sin juicios, sin malos modos. Hacerme compañía, tal vez hasta un poco de platica, tratarme con cariño, con respeto, con humor.
Hace un par de semanas hacía el chiste de cómo el confinamiento iba a dar trabajo a los abogados civiles y los terapeutas de pareja, me divertía pensando en aquellas relaciones que estaban en la tablita y que al final del encierro o se habrían resuelto o se habrían disuelto. En esos momentos jamás me imaginé que mi relación conmigo sería una de esas. Llevo una vida en la tablita, en un estira y afloja entre un te tolero y no te soporto, y al cabo de tres semanas conmigo, qué ganas de cortar conmigo.
Este encierro me está obligando a conocerme y conectarme diferente. Llevarla mal conmigo sin distracciones no está jalando. Así que llevo un par de días (ya sé, ¡el colmo!), echándome una que otra flor. Dándome chance de no hacer o de hacer a medias. Soltando el cuerpo y riendo conmigo. Estoy descubriendo que tal vez no sea tan cagante después de todo.
Día 27 de estar en casa, así las cosas: me volvió el alma al cuerpo, me regresaron las ganas de escribir, de dibujar, de conectar de moverme. ¿Alguien más que esté teniendo que reparar relaciones para sobrevivir este virus?