Hoy cumple un mes de muerta Cocó, mi abuela paterna. Consuelo, Cocó, apodo puesto por Paulina mi hermana, vivió 96 ó 98 años. Mi papá, tuvo el lujo, de despedir a su mamá a sus casi setenta años. El privilegio de tener una mamá sana hasta hace casi dos años. La familia de mi papá es Mazatleca, así que a mi abuela la vi poco. Esto es lo que sé de ella, lo que me quedo de ella, lo que aprendí y lo que me perdí.
Cocó, según lo que me acuerdo haber visto, fue una mujer buena, cariñosa, platicadora, que hablaba bajito. Chaparrita, pechugona, arreglada, sencilla, obsesiva con el orden y la limpieza. Enojona, mandona, quejumbrosa. Creativa, animalera, dulce, tragona, de pelo chino, suave, suave, suave. Rutinaria, casera, miedosa, pesimista, reactiva, solitaria, seria.
Cocó se casó «grande» a los casi treinta, con David, conocido para nosotros como Abo. Tuvo un matrimonio bueno, aunque corto, pues mi abuelo murió joven. Se dedicó a su casa, no acabó primaria por problemas familiares y creo que hasta de la revolución, tenía la letra feísima. A diferencia de mi abuelo, Cocó no tenía grandes aspiraciones intelectuales, por fotos veo que era muy guapa. Moría por mi papá, su único hijo hombre, su mero, mero, su favorito.
A su casa íbamos poco, a lo mucho una vez al año, a veces en navidad, otras en verano. Siempre nos recibía con los brazos abiertos, con el mismo menú, los mismos juguetes, los mismo planes. Me encantaba ir a su casa. Me encantaba estar en su casa. Hasta el verano pasado, me fascina que hasta el olor es el mismo. A Cocó no le gustaba viajar, tenía poca iniciativa para procurar relaciones, así que fue una abuela muy querida, aunque poco presente y poco cercana.
Ahora que no está, nos cae el veinte a todos que aún siendo medio pasiva, la figura de matriarca, sí une, sí obliga, y ahora sin ella, está en nosotros, los hijos, los nietos, vigilar que el vínculo familiar no se muera con ella. El verano pasado que fuimos a despedirla, fue padrísimo, la convivencia, el orgullo que me dan mis raíces mazatlecas, lo rico de la comida, lo que me encanta la playa. Esperamos al pretexto de las tías que siguen ahí, procurar visitar más, aprovechando los medios nuevos, escribirnos más, hablarnos más. Trabajar en la relación.
Me quedo pensando como aunque a sus 98 no sólo se esperaba que muriera, sino que hasta lo pedíamos pues los últimos dos años estaba ya muy incómoda, siempre pesa el hueco que queda, siempre nos hace pensar. ¿Qué hijos queremos ser? ¿Qué padres? ¿Qué abuelos? ¿Cómo se ve la familia que queremos dejar atrás?