5 de marzo de 2016
Ser mamá cambió profundamente la forma en que entiendo el tiempo
Antes de tener hijos, mi día tenía por lo menos, 16 horas. Horas sobre las que, a menos que me enfermara, tenía absoluto control. Bastaba que sacara mi agenda y anotara mis planes para tener la certeza que los concretaría.
Uno de los primeros frentazos que me di al ser mamá, fue el dejar de tener control sobre el tiempo.
La incertidumbre de criar hijos pequeños deja poco a la planeación. Es imposible asegurar cuánto van a comer, cómo les va a caer, el número de pañales en qué se va a convertir lo que comieron y dejaron de comer. La cantidad y calidad de siestas. Aún siendo la mujer más organizada, y mamá del niño más ordenado, la realidad es que hasta en lo bueno se te va el tiempo. Jugar con el bebé, disfrutar verlo descubrir el mundo, hablar amargamente por teléfono con la familia y las amigas. Arreglarse. Arreglar la casa. Etc.
Pero lo más difícil fue la cruda realidad de además de no controlar el tiempo, controlar aún menos, el estado de ánimo.
Me levanto llena de energía, de planes, dejo niñas en le colegio, y si fue una mañana difícil, seguida de una noche pesada, me siento en la computadora con cero ganas de escribir, con ganas de poner Netflix y hacerme unas palomitas. O de escaparme a un café. Hasta hace un par de semanas, mi sistema era empujarme, resistir, luchar por lograr todo lo que tenía planeado en términos sociales, profesionales, familiares. ¿El resultado? Pasar por picos de productividad y “control”, para luego tocar fondo en días llenos de cansancio, “burn out”, furia y llanto. Días en los que obviamente cero paciencia, poco respeto y nada de capacidad de disfrutar a mis hijas.
El secreto no está en presionarse y empujarse a pesar de todo. El secreto está en respetar-nos, para respetar-los.
Es imposible conectarse desde el respeto y el amor cuando estamos agotadas. Ser el sostén emocional de personitas que estamos ayudando a crecer, a conocerse, a escucharse, requiere mucho RAM. Tal vez tengamos tiempo de hacer mil cosas, y sería padrísimo lograrlo, pero ¿a qué precio? ¿con qué energía? Elegir, es renunciar.
Por fin entiendo que no se trata de aprovechar tanto el tiempo, ni de que me gaste toda la energía que tengo en las horas que están dormidas o en el colegio. Ahora intento cuidar mi energía y escuchar menos a mi yo que lo quiere todo. A partir de la semana pasada, trato de tener algunos filtros que me ayudan a cuidar mi nivel de energía para poner primero lo primero:
- Dormir bien, dormir suficiente. Esto significa acostarme temprano, cuidar la cafeína y no cenar demasiado tarde o pesado.
- Hacer cosas que me alimentan. Si escribir x, o leer x, o ver a x, me deja más cansada, no lo hago. Me doy chance de poner Netflix y hacerme palomitas.
- Cuidar la agenda social. Es padrísimo estar con la gente que queremos, pero si abusamos, tanto en vivo, como en redes sociales, o por teléfono, puede ser algo que nos robe mucha energía. Aprender a decir que NO, a ir un “ratito”, a no quedar con anticipación, a cancelar si me siento muy cansada.
- Actividad física. Suena contra intuitivo, pero libera mucha tensión, así que una caminata o salir a correr, nadar, lo que te guste.
- No todos los puntos siempre, no todos juntos. Lo que se pueda, cuando se pueda. Habrán semanas que no corriste, o que no leíste, o que cocinaste sándwiches, no importa. Saber que hay más tiempo que vida, que poco a poco iremos recuperando terreno, pero mientras tanto a darnos chance.
El objetivo central, es no perder de vista que la energía que tenemos, nos la chupa casi toda ayudar a crecer a los hijos. Si queremos tener cabeza y corazón, tenemos que cuidar nuestro nivel de estrés y de cansancio. Así que despacio que voy de prisa.