5 de julio de 2018
Supongo que parte de ser mamá, es no dejar de intentar escucharnos, luchar por esa vocecita de quienes éramos, de quienes queremos ser, además de, a pesar de, ser mamás. Llevo varios meses de sequía creativa, desde que terminé el Volumen 1 de microcuentos, no he podido escribir un micro, no he podido meter entradas en este blog, no he podido ni con la lista del súper. Es como si me hubiera acabado toda la memoria RAM. En el lado positivo, volví a empezar a leer, primero a Luiselli, después a Villalobos y ahora estoy escuchando a Doerr, encontrando mi groove, como dicen los gringos, taratando de regresar al centro, a mi centro.
Entre fiestas infantiles, entre clausuras escolares, entre inicios de verano, desenmarañando la culpa de no ser, de no estar, de ser demasiado, de estar de más, jugando al resorte, a veces a la avestruz. Jugando a ser todo y a veces a no ser nada.
No hago nada,
Soy de todo,
Aquí estoy, intentando, sin saber por qué, o por cuánto tiempo, escribiendo otra vez. Es como si primero hubiera luchado con todas mis fuerzas de alcanzar una meta, escribir un microcuento diario, y después, haberla logrado, y con ello, haberme asustado, sentir que iba en serio, que ahora sí tendría que hacerlo bien, como profesional y con calidad, y entonces, como siempre que un hobbie que tomo escala, me paralizo. Lo dejo. Suspendo.
Aquí estoy otra vez, saliendo de modo avestruz, para regresar a modo resorte, con una sensación de vergüenza por no haber escrito en tantos días, por haber escrito tantas veces; «ahora sí», «esta es la buena», «experimento número n». Olvidando que esto es para mi, este experimento, blog, diario, o ventana de letras, lo que sea, empezó como un ejercicio personal, un pretexto para hacer algo que me gusta, para sacar bichos personales, que por suerte y de paso, puedo rebotar con oídos externos, pero nada más.