31 de mayo de 2018
Estoy haciendo (una vez más) el experimento de escribir a una hora que no sea llegando a la oficina. Primero, porque mi hora de llegada varía mucho. Segundo, porque la urgencia de llegada, también. Además estoy probando si al final del día soy un poco más reflexiva y esto me sirve como una forma de cerrar el día, de pensar en lo que se quedó. Estaba pensando si en una de esas, esto, más que un diario, se vuelve una suerte de bitácora de nuestro día a día como familia, como niñas y como mamá. Como que la connotación de diario, entre lo de escribir todos los días, que sea personal, se me hace entre cursi y contradictorio, pues el propósito del diario, al menos hasta donde entiendo, es como personal, íntimo y hasta secreto, cosa opuesta a una entrada de blog. Así que en una de esas, aquí pongo las cosas que traigo en la cabeza y lo que voy digiriendo del día.
Por lo pronto cierro el día para varias, muerta, híper muerta de sueño. Se me cierran los ojos, me quiero ir a dormir y las niñas apenas cenando. Me falta el cuento, los dientes, la rebatinga de la hora de dormir (que NUNCA, NUNCA de los nuncas quieren irse a dormir, ni aunque mueran de cansancio). Normalmente me dan las 8-830, me sirvo una copa de vino y veo algo de tele, PERO…
Estuve el fin de semana con unos amigos que no sólo quiero sino admiro y 3 de 4, al menor ratito muerto corren a su libro. La de 9 picada con Charly y la Fábrica de chocolate, la madre con un tabique y el padre con otro. Total que mi hora de cerrar el día con Netflix, vista desde la perspectiva de una niña de 8 años que no pide la tele para matar el tiempo, me mató de envidia. Yo de niña leía muchísimo, había tan poco en la tele, que me devoraba las novelas. De adolescente también, y de repente, por ahí de prepa, perdí el toque, la costumbre. No saben lo difícil de huir del magnetismo de la tele y sacar el libro. En parte, supongo, que por el nivel de cansancio que traigo. No es por falta de opciones, estoy picadísima con una novela, que además, está fácil, fácil de leer. Pero Dr. House, por segunda o tercera vez, me está haciendo ojitos.
Lucía salió del colegio con una de esas conversaciones que te subrayan lo que vale la pena de ser mamá. «Mamá, hoy tuvimos una clase de miss Jessie en la que nos contaba todo de salir de Kinder y entrar a primaria. Nos preguntó qué teníamos en el corazón. Yo le dije que tenía un poco de tristeza y un poco de orgullo. Tristeza porque se va mi amiga Marcela y no vamos a estar juntas mucho tiempo. Orgullo porque ya hice todo Kinder.»
La amo.
A sus 6 años, nombrando sentimientos, practicando, como es común en esta época global, las despedidas, asumiendo el cambio, llorando, sin empachos, porque sí. «No lloré como de enojada, lloré todas mis lágrimas, porque eran de tristeza. Luego ya no estaba triste.»
La envidio.
La mitad del tiempo yo solo siento hambre, sueño, sueño con hambre o hambre con sueño, no distingo si es cansancio, nervio, tristeza, enojo o ansiedad. Eso que llevo años y años de terapia. Estás nuevas generaciones traen defectos importantes con esto de darles su espacio y su voz, pero por otro lado, si son menos analfabetas emocionales que nosotros.
En fin, esta «meditación» escrita de cierre de día, va pintando bien.