Pleitos, gritos, enojo, frustración y golpes.

Sé que mi mamá lee lo que escribo, antes no lo hacía, mitad porque no sabía cómo entrar a mi página, mitad porque desde que le reclamé que es poco involucrada, ha estado haciendo un gran esfuerzo. El caso es que mucho de lo que me atora o duele, tiene que ver con mi historia. Supongo, que como casi todos, trabajar en lo que hemos vivido, nos libera para ir viviendo más como queremos. Ma, si estás leyendo, te quiero y agradezco todo, sé que siempre han hecho lo mejor que pueden por nosotras.

Uno de los recuerdos más fuertes que tengo de mi historia familiar, es el enojo colectivo que vivía en casa. La expresión de mi papá era, desde mi perspectiva, ceño fruncido, boca apretada, respiración acelerada, pocas preguntas, muchas palabras, palabras de reproche y queja, a nosotras, a nuestras acciones, decisiones, elecciones, al gobierno, a su trabajo, a la gente que le rodeaba. La expresión de mi mamá era, desde mi perspectiva, de sonrisa forzada, una mueca mitad tristeza, mitad compensar el intenso malestar de mi papá, ansiedad de cualquier confrontación entre él y yo, entre mi hermana Ximena (la menor) y yo.

Uno de los recuerdos más fuertes que tengo de mi historia familiar, es el enojo colectivo que vivía en casa.

Me recuerdo muy enojada, primero con mis papás porque sentía que no me dejaban ser, que no entendían lo importante que era lo que te ponías de ropa en la escuela, lo confuso que era para mi tener reglas tan diferentes a las que tenían mis compañeros. Después, enojada con mi mamá por haber escogido un papá gruñón para mi. Un señor distante y regañón que me hacía sentir que no me quería, que no le caía bien. Recuerdo mucha frustración de mis papas por los problemos académicos de Ximena, de Ximena por el rechazo escolar, por la rigidez e intolerancia de mis papas. Me recuerdo furiosa porque sentía que me ponían más límites que a Ximena. Recuerdo una espesa neblina de ansiedad, frustración y rabia en la mesa. Recuerdo haberme prometido jamás tener una familia así. Hacerlo diferente. Hacerlo bien. (Recuerdo a mi mamá diciendo lo mismo de su familia de origen y de sus planes para su futura familia).

Ayer una de mis hijas aventó mi tasa de café en la mañana, casi la rompe, ya no tenía café, así que no se ensució el piso. Un par de horas después, la otra de mis hijas, aventó la tapa de mi vaso de café de plástico a la calle, no alcancé a rescatarla, pasaron varios coches y uno de ellos la reventó en mil pedazos. Mis dos hijas están furiosas, más la grande que la chica, pero las dos, entre ellas, con el mundo, conmigo. Me paso el día respirando, haciendo el mejor esfuerzo por «no engancharme», «no ser público a las provocaciones», poniendo límites, aplicando consecuencias lógicas (que sigo sin entender cómo hacerle), logrando no responder en 9 de cada 10 provocaciones, y de vez en vez, cayendo en la trampa y gritando al parejo. Llevamos más de 6 meses así, intensos, difíciles, cargados de emoción. Con muchos ratos padres, pero también otros tantos fuertes, furiosos. Y siento miedo, quiero llorar, lloro.

Me invaden sensaciones de mi infancia, de mi adolescencia, me escucho decir «yo lo voy a hacer diferente», me veo, nos veo, somos lo mismo, hacemos lo mismo. Me pregunto, ¿qué estoy haciendo mal?, ¿qué nos está pasando?. Trato de no darle importancia a los ratos difíciles, trato de cambiar rápido a otro canal, de recordarme que están madurando, que están aprendiendo a regular emociones. Trato de echarme porras, de concentrarme en seguir taladrando el «se vale enojarse, pero no lastimar», «se vale expresarte, pero no lastimar». Trato de confiar en lo que estoy haciendo.

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Ayer que le platiqué a una amiga, me recomendó sí castigar lo preciado, no me gusta hacerlo, no es «consecuencia lógica», siento que es «arbitrario», pero cuando tus hijos de avientan cosas, rompen cosas, te patean, te insultan, te invade el miedo de estarlo haciendo fatal, de estar fallando en los límites, de no enseñarles que el respeto es esencial en la vida. Así que le hago caso. Desde ayer, empecé a castigar «lo más preciado» por cada falta de respeto. Más faltas de respeto, más cosas castigadas, más faltas de respeto, más días castigado. Hasta ahora vamos en:

  • El oso de dormir
  • Los libros de dogman
  • Los libros de martina
  • El vestido favorito

Algunas cosas una semana, otras dos semanas.

Agotador, agotador.

Quisiera que alguien me diga que mis hijas no van a crecer con un agujero en el alma.

Sé que es normal, que educar, ayudar a crecer, es así, que son rachas, que no hay familia perfecta. Mi cabeza sabe que mis amigas tampoco están riendo todo el tiempo, pero mi estómago tiene pavor de que mis hijas crezcan con el agujero que yo crecí. Me ha costado años de terapia acomodar el dolor, la soledad, la pésima imagen que tengo de mi conmigo, el enojo. No quiero eso para mis hijas.

Tampoco quiero que la agresión sea su forma de expresarse, o de regularse, me asusta el poco respeto que se tienen, que me tienen, me preocupa que se sientan tan enojadas.

De momento, esto es lo que seguiré haciendo:

  1. Mantenerme firme en los límites. En esta casa se respeta. Se vale enojarse, pero no agredir ni lastimar la casa o las personas
  2. Falta de respeto = castigo de algo preciado
  3. No ser público.
    • Retirarme en el momento que hay expresión de frustración, sin decir nada
    • Retirarme en el momento que hay pleito entre hermanas, sin decir nada, no meterme
  4. Estar lista para cuando se tranquilizan y recibirlas con buena cara, buena gana, sin estacionarme en el pleito, cambio de canal, fluir entre las emociones difíciles y las agradables
  5. Cuando estén tranquilas, en otro momento y de manera concreta, reforzar el «cómo se vale y no se vale expresarse», «cómo es más útil hablar, pedir, que exigir, gritar»

Todo lo anterior en un marco de respiración, cariño conmigo, confianza en mi. Yo también hago lo mejor que puedo.

Antes de cerrar un texto tan enfocado en lo que no me gusta cómo está funcionando, quiero agregar un párrafo de gratitud. Creo, sé, que soy hija de dos seres humanos extraordinarios, mis padres si bien son rígidos, autoexigentes, exigentes, estresados, son un par de personas que siempre quieren mejorar, que luchan con todo lo que tienen, que se sobreponen a todo, que quieren con todo el corazón, que dan todo por la gente que quieren. Creo, sé, que mis hijas son divertidas, creativas, cariñosas, ayudadoras, platicadoras, intensas, vitales, sensibles, humanas, compasivas, que están creciendo, aprendiendo a integrar la vida con sus altas y sus bajas en el corazón. Tengo mucha suerte de tenerlas en mi vida. Y creo, sé, que soy una mamá intensa, divertida, creativa, juguetona, cariñosa, que las ve, las escucha, está pendiente de lo que necesitan, impulsando sus sueños, cobijando sus miedos y básicamente, haciendo lo mejor que puedo.

*

Quiero dedicar mis textos a quienes no dejan de buscar aquello que les hace sentir más felices, completos y suficientes. ¿Qué partes de tu historia te han impulsado a buscar con mayor enfoque e intensidad la felicidad? ¿Cómo le haces cuando dudas si vas a conseguirlo? (Me encantaría leerlo en los comentarios).