23 de abril de 2018

Otro compendio de mis últimos días, sigo con changas enfermas en casa, sin ayuda, con trabajo atrasado, así que con poco tiempo y energía para escribir. Esta vez más que compendio de entradas, quiero escribir algunas ideas que he traído en la cabeza, que iban a ser entradas separadas, pero por ahora medio resumidas pero para no perderlas.

NUESTROS HIJOS NO SON NUESTROS MIEDOS

En estos días que he lidiado con dos hermanas enfermas, encerradas, de malas, con la rivalidad natural más saturación de tanta convivencia, hemos pasado por momento muy difíciles. Momentos en que lloran por tonterías, como que el cereal lo serví en el plato que no era, o pelean por la caricatura, o contestan horrible. En mi cansancio, en mi hartazgo, sobrevivo, las guío, las ayudo. Soy una mamá estrella. De repente, veo en ellas un gesto de alguna conducta que me apanica, que se parece a lo que hacen adultos que detesto, y el miedo se apodera de mi. En micro segundos, veo en mis hijas un adulto indeseable, producto de pésima educación, me histerizo y grito, o peor, suelto una manaso.  Pasa el tiempo, termina el vórtex de enojos, tristezas, miedos. Freno. Respiro. Me doy cuenta, que son niñas, son preescolares, están a años luz de ser adultos indeseables, adolescentes indeseables incluso. Me doy cuenta que me pierdo cuando me engancho en que las arruiné, y no tendrán un lugar en el mundo. Tuve una epifanía:

De aquí a los 8 años, tomaré todo como lo que es, niñas, seres primitivos en proceso de evolución. Me y les daré el beneficio de la duda. Las acompañaré sin el miedo a que hacerlos es echarlas a perder. A que no sé poner límites. A los 8, vemos. A los 8, me pongo cero.

Traía otras dos ideas en la cabeza, pero ya se me borraron.  De momento sigo sacando lo que puedo de chamba, casa, niñas, yo, etc.