20 de septiembre de 2018.
Todos tenemos fobias, y la mía es el miedo a volar. Estoy contenta que por primera vez, no tengo ni una pesadilla en los días antes del vuelo. Normalmente una o dos semanas antes, sueño que se estrella el avión, esta semana no he soñado mal ni un día. También normalmente tengo ansiedad en el día una semana antes, cosa que sí he sentido esta vez, pero mucho más leve. Así que algo, algo, se está acomodando.
Se supone que las fobias son cosas que tenemos que no hemos podido acomodar. Cosas que no podemos ver o sentir dentro de nosotros y las aventamos en algo externo para no lidiar con ellas. Al menos esa es una teoría. En mi caso, se supone que que es posible que lo que hago con mi miedo a volar, es «torturarme», es meterle un poco de caquita a algo que me gusta mucho que es viajar. Es como «pagar» con el miedo, el derecho a vivir algo padre.
Todavía no estoy segura si es o no cierto, si es o no mi caso, porque muchas veces dudo de los rollos psicológicos, pero lo que sí es verdad, es que estoy trabajando el ser la hermana sana, la que sobrevivió, la suertuda, sin culpa. En lugar de luchar contra el miedo a volar como tal, estoy tratando de escucharlo y entenderlo como una forma de ganarme el derecho a disfrutar y con eso, mandándolo a volar. Estoy tratando de enfrentar la fobia a volar con darme permiso de viajar. Y Aunque hoy que es el mero día claro que me muero de miedo, y claro que me voy a enchochar en el avión, sí siento que me he sentido más tranquila. Algo se está moviendo. Algo se está acomodando.
Es difícil ser feliz cuando piensas que tienes todo resuelto. Es difícil ver que el tener todo resuelto es producto de muchos años de trabajo personal por no dejar que la vida dicte la felicidad. La verdad es que llevo muchos años, desde los 18 creo, yendo con una u otra especialista para ir acomodando los capítulos difíciles de mi vida. Se me olvida lo que he trabajado por estar bien, por sentirme bien, por tener la suerte que tengo.
Sí tengo suerte, sí nací sana y con millones de cosas a mi favor, pero también le pedaleo duro y se me olvida. Se me olvida y me da vergüenza estar bien. Gozarla.
Me da vergüenza con Paulina que ya no está, con mis papás que la han sufrido tanto, con Ximena que también trae broncas de salud.
Me da vergüenza, casi que me atrevo a gozarla bajo la premisa de que «al rato me toca», ¿qué tal que no?, ¿qué tal que soy feliz toda la vida? ¡Cómo me atrevo!
En este trabajo estoy, creo que por fin estoy en el meollo de mucha de mi ansiedad, de mis culpas, de mi necesidad de emproblemarme a lo pendejo. Por lo pronto, a disfrutar, aunque me duela, aunque suene ridículo, es tan difícil de entender como de explicar, porque ni yo lo entiendo. Pero al final mis primeros 11 años de vida se marcaron por esta dualidad de ¡bien por mi! – ¡pobre de ti!
A gozarla! por que sí! ¿por qué no?