20 de enero de 2016

La educación a cambiado de cuando era niña. Antes eran prioridad los modales (que me siguen pareciendo tan importantes como necesarios). Vestirse y peinarse adecuadamente, asistir a los eventos, saludar y despedirse, comer sin ensuciarse, etc. etc. etc. Nos preparaban muy bien a acatar las normas, a domar el impulso, a tolerar la frustración. Tristemente, siento que también, sé que sin esa intención, pero sin querer, nos acostumbraron a dejarnos cuartear pedacitos de dignidad. Creciendo, fuimos asimilando la idea de que las demandas externas, tienen prioridad sobre lo que podamos querer o necesitar.

Dicen que durante los primeros cinco años de vida se escribe nuestro disco duro, siendo el resto de nuestra vida, una reedición de lo que nos quedó tatuado.  Dicho eso, creo que es importantísimo enseñar a nuestros hijos a respetar las normas sociales, a comportarse, a ‘cuadrarse’, pero tal vez más adelante. No cuando son niños. No hablo de educar niños egoístas, sino de validar su voz, su momento, lo de verdad importante. Aceptar la ropa que no combina por un espacio de afirmación y autonomía. Perdonar el saludo por un ejercicio de respeto al espacio emocional. Cambiar la prisa y la preocupación de la madurez y el crecimiento por un respeto a su propio ritmo.

dignindad

A mis 37 años, agradezco todo lo que mis papás hicieron por mi, y siguen haciendo por cierto. Pero me es inevitable escuchar esa voz interna que me pone en segundo lugar. Que me empuja a complacer a todo y a todos a costa de mi paz interna. A veces escucho como me hablo, como me reclamo, y me sorprende que con esa boquita le hable a mis hijas.  Me encanta el rescate por la dignidad que vivimos en estos tiempos.  Espero resistir la tentación de tener hijas perfectas para tener hijas perfectamente libres educadas en el respeto.  ¿No sería padrísimo que nos tratáramos como papás con la dignidad con la que estamos educando a nuestros hijos?