18 de noviembre de 2018
Hace algunos días caminando, escuché a un señor decirle a sus hijas adolescentes; «Se portan muy mal y se cuidan muy bien». Me encantó. Se me hizo la versión puberta de un letrero que escribí en la recamara de mis changas: «A los hijos hay que darles raíces y alas». Solamente que se me hace infinitamente más complicada la versión puberta. Ahorita que tengo escuinclas de 4 y 6, me cuesta sangre dejarlas suelas en la calle, no confío en alguna distracción que acabe en que me las atropellan. No digo solas, digo, sueltas, yo al lado, ellas caminando. Si no vamos agarradas de la mano, no estoy tranquila.
Ahora que estoy conviviendo con los sobrinos pubertos, muero de emoción de verlos negociar la hora de llegada con mi cuñada, pero no son míos. La veo suponiendo que bebe o fuma el más grande, suponiendo que echa desmadre, suponiendo. ¡Qué difícil! durante una ventana bastante vulnerable, los hijos nos cierran las puertas, pelean con uñas y dientes su independencia. Como mis changas en la calle, pero en todo lo demás. Qué ganas de tener los pantalones de dejarlas ir, que ganas de poder darles alas, de poder decirles se portan muy mal pero se cuidan muy bien.
Mi consuelo, mi apuesta, es que tienen 4 y 6, estoy haciendo todo lo posible por educarlas en la responsabilidad. Estoy intentando darles herramientas, darles brújula, no para que sean perfectas ni mucho menos buen portadas (¡qué aburrido!), pero para que sean mal portadas con cuidado, con cerebro, con responsabilidad.
Novios con respeto, sexo con gorrito, alcohol y drogas con cuidado, el volante sobrias y despacito, en fin.
Por cierto que escribiendo despacito y viendo como me lo pone «mal» el diccionario, me acuerdo de la canción de Fonsy y no dudo verla pronto en el diccionario, haha.
¡Salud! por una adolescencia completa, equivocada, pero no perdida.