Entre los ciudadanos de la zona poniente de la ciudad de México hay un código muy claro, el postal. Dependiendo de donde seas, eres calificado, siendo el norte de la ciudad de lo más criticado por quienes se consideran «gente bien».

Yo por ejemplo, viví en Satélite durante muchos años de mi vida, da igual si hubieran sido pocos, pues el título «Sateluca» (pronunciado con una mezcla de desprecio, burla y «chiste»), se queda sin importar hace cuánto o durante cuánto tiempo hayas vivido ahí. Habiendo migrado de Satélite al poniente, de un colegio en Chiluca, a uno en Bosques de las Lomas, de entre todas las cosas que me daban pena, me hacían sentir menos y trataba de evitar hablar al máximo, estaba el decir de dónde venía.

A estas alturas, hasta se me olvida que viví en Satélite, tal vez tenga poca objetividad para defender/nos a los «Satelucos», pero la verdad es que conforme me doy cuenta del racismo que vivimos en la ciudad y del clasismo producto de lo mismo, me impresiona que sea tan normal bulear a alguien por la colonia en la que vive, criticar al de «abajo» desde «arriba», burlarte de la gente «que quieres», de los amigos. Durante muchas veces, amigos míos, hasta Toño cuando éramos novios, me molestaron por «Sateluca». Es tan México esto, tan chilango, tan feo. Es lo mismo que los Fifís y los Chairos. Me choca. De arriba hacia abajo o de abajo hacia arriba. Es más, que haya un «arriba» o un «abajo».

Calificar realidades, especialmente cuando NADIE hemos elegido el lugar al que llegamos, me parece poco productivo y gacho. Definitivamente aceptar mi historia, de dónde vengo, sin darle permiso de definir quién soy, o cuánto valgo, me ha servido para sentirme menos insegura, también para reclamar un lugar más parejo. Hoy no estoy hablando del «Sateluca» desde cómo me afectó o no, sino del triste reflejo de nuestra sociedad. Porque en este caso me tocó ser la «Sateluca», pero en otras ocasiones he sido yo quien emite un juicio de valor por la forma de hablar, o de actuar, o de vestir, desde mi «correctés», perpetuando este diálogo de clases tan dañino para nuestra sociedad.

Todos tenemos con la forma en que hablamos (o no), de articular la sociedad que queremos. Podemos no entrarle a las prácticas tan arraigadas y poco cuestionadas de clasismo. Está en cada uno de nosotros, agradecer el lugar al que llegamos y respetar al que no conocemos. Hay mucho que descubrir si nos acercamos, si no juzgamos.

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Quiero dedicar mis textos a quienes no dejan de buscar aquello que les hace sentir más felices, completos y suficientes. ¿A qué palabras les has permitido definirte? ¿Qué prejuicios te han alejado de otros? Me encantaría leerlo en los comentarios).