17 de junio de 2016
Acabo de ver la película de La Chica Danesa. No sabía bien a bien de qué se trataba, pero tenía una idea. Me gustó normal. Bien actuada, buena historia, nuevamente Hollywood empujando discusiones globales como la apertura a la diversidad. No me quedo con la historia de la primera mujer transgénero, sino con Gerda. Con su esposa.
Cuando veo historias de personajes como la Esposa de Einar, con esa capacidad de aceptación que para mi sigue siendo ficción, me deja pensando mucho. Se me antoja imposible que alguien sea capaz de acomodar ése nivel de decepción. Alguien capaz de re acomodar lo que imaginó sería su vida, para quedarse con lo mejor de lo que es.

Hace como 20 años vi la película Memorias de Antonia, y como la mujer de La Chica Danesa, el personaje principal es una mujer a la que sin importar lo que le pase, se adapta. Va tomando lo que la vida le da sin resistencia. No sin decepción, tristeza, enojo, pero sin resistencia. Me doy cuenta de como cuando aceptamos, vivimos las emociones difíciles, pero las dejamos pasar. Abrimos la posibilidad de vivir la nueva realidad, como viene.
Al ver historias como Memorias de Antonia o La Chica Danesa, fantaseo con el futuro de mis hijas. No exactamente en términos de preferencias sexuales. Más bien en términos de las veces que probablemente me confronten con la vida que me imagine para ellas. Me pregunto en cuántas y cuáles de sus desiciones de vida tendré que jugar el papel de aceptar. Apoyar incondicionalmente. Asumirme testigo, compañía. Aprender a usar los oídos y no la boca.

Pienso en el amor que le dio Gerda a Einar, un amor completamente generoso, compasivo, respetuoso, incondicional, y me pregunto si sería yo capaz de querer a alguien así. Si podría yo, perdonar si rompen la fantasía. Espero poder. Me interesa mucho trabajar en ser lo más respetuosa posible, de corazón, dar un Sí definitivo.
Me quedo con la valentía de Gerda, el personaje que sufre la verdadera transformación. A quién se le mutiló la fantasía. La mujer que re configuró su identidad para hacer espacia para alguien más. Me quedo con la certidumbre de que de este gran ejercicio de aceptación de cada personaje para sí mismo y para el otro, el resultado, por difícil que sea el camino, es una vida más auténtica, con más paz.