15 de febrero de 2016
Toda la vida he sido un poco atascada, quiero todo, como Sylar en la serie de Heroes, quisiera saber hacer todo, probar todo. También he sido bastante inconstante, clases de baile, dos sesiones, de guitarra, dos sesiones, de cocina, dos sesiones. A los 35 años, la fe en mis proyectos estaba bastante erosionada.
Hace un par de años, algo en mi cambió. Dejé de buscar el efecto Sylar, o mejor dicho, de remedios instantáneos de la ventas por televisión, y empecé a explorar algo llamado paciencia y constancia. Hace tres años empecé a escribir, hace dos empecé a dibujar con el deseo de hacerme una buena ilustradora, hace 1 año empecé a tocar bajo y hace 6 meses empecé a correr. No he logrado ni cerca las metas con las que fantaseaba, tampoco he podido dedicar la cantidad y calidad de tiempo que me gustaría. Por primera vez voy a paso tortuga. No he cosechado la satisfacción de ser novelista o rock star, he cosechado algo nuevo, la satisfacción de no tirar la toalla, la paz de saberme corriendo un maratón y no una carrera, la fe en mis proyectos, la certeza de que mientras no lo deje, un día llega. ¿A poco no se disfruta el triple cuando en vez de presionarnos en llegar a la meta, nos empujamos a seguir corriendo?