15 de enero de 2016

O lo que es mejor:  MALDITA, ESTORBOSA Y ARROLLADORA culpa

Entre eventos familiares, escolares, compromisos sociales, girpas ajenas y propias, presiones de chamba este cierre de año ha sido pesado. Mi buen humor pende de un delgadísimo hilo. A la menor provocación brinco. No me gusta gritar, ni hablar golpeado, pero parece que me poseyó la paternidad de los cincuentas y no me gusto nada como mamá ultimamente.

Lucía está estupidamente celosa de Inés. Ése será tema de otro post, pero qué compleja emoción la de las hermanas. Pasan del amor al odio en un minuto.  No hay poder humano que las haga entender que tengo 2 ojos, 2 brazos. Que las quiero a las dos. Como si olieran el miedo, esta temporada han estado especialmente demandantes de atención personalizada y preocupadas por encontrar la forma de borrar a la otra.

Inevitable pensar «¿Qué estoy haciendo mal?», «Estoy en el hoyo», «Que mal lo hago», «Las estoy traumando», and so on….

Bendito dios, ayer, después de varios días de andar de capa caída y sintiéndome culpable y una mamá de bastante medio pelo. Tuve una epifanía.

Los momentos más difíciles, en donde las niñas se portan peor, en donde explotan con más fuerza y en los que yo reaccionó como un papá autoritario del siglo pasado, son en los que hay prisa.  Desgraciadamente esto nos lleva a casi todas las mañanas, muchas tardes y hartas noches.

Me di cuenta que el estrés de la prisa tiene un impacto bastante negativo en todo. Por el momento es una hipótesis. Pero mi conclusión es:  no puedo cambiar la edad o etapa de las changas. No puedo hacer mucho con el cansancio y carga de cosas que traigo. Pero chance, chance, si logro minimizar los momentos de prisa, pueda liberar un poco de presión. Pueda evitar algunos de los momentos de histeria colectiva que últimamente se están viviendo en esta casa.