13 de febrero de 2016
Conocí a mi amiga más antigua a los ocho años. Durante un año fuimos chicles. Pasábamos las tardes entre su casa y la mía. Viajamos juntas. Sus abuelos, a mis ojos, se volvieron casi mis abuelos. Con ella aprendí a subir a los árboles, a jugar con primos, a hacer travesuras, a comer chile, a decir groserías. Juntas sufrimos un patio sin pasto en el colegio, algunos reportes de conducta y creo que hasta paperas. En tercero de primaria se fue a vivir fuera de la Ciudad de México y puedo decir que gracias a ella, nunca nos perdimos el contacto. Cada que venía a México nos veíamos. A la fecha, es la única de mis amigas que conoció a mi hermana Paulina, un par de años antes de que muriera. Casi treinta años después, parece que no ha pasado el tiempo cuando nos vemos. La conversación fluye y el cariño solamente crece. Hay algo en las amistades que haces de niño. Pareciera que la guardia que construimos con los años, desaparece con aquellos que nos conocieron cuando no existía.

Hoy como mamá, me tocó acompañar a lucía a despedir a su primera amiga, la que si hago las cosas bien, será en el futuro, su amiga más antigua. Después de casi cuatro de años de amistad, a sus escasos cinco años, Luna, su amiguita de la guardería se fue a vivir a Inglaterra. Hace dos años se separaron cuando LucIa se cambió de colegio. A pesar de la distancia física, las amigas pedían verse y la relación no sólo se mantuvo, se contagió. Los papás y los hermanos nos sumamos al grupo y conocimos a una familia que hoy por hoy ha sido un gran hallazgo. Sin conocer mucho de ellos, mucho menos sus creencias o filosofías, la familia de Luna es una de esas familias con la que desde el minuto uno embonamos. Fluimos. Se sentían como primos.
En una época que por un lado podría ser sumamente materialista, por otro, nos acerca a la gente que queremos, que muchas veces olvidamos, nos obliga a agradecer los afectos. Nos recuerda la maravilla que son los vínculos y como papás, nos deja la tarea de transmitirle a nuestros hijos el valor de procurar a la gente que quieren. Que las almas gemelas no existen, se hacen, de la constancia de escuchar, compartir, agradecer, disculparse y perdonar.