Estoy pasando por una etapa en la crianza que siento que me chupa toda la energía. Mis días entre semana son más o menos iguales. El despertador suena a las 545 de la mañana. Lo apago, vuelvo a cerrar los ojos y peleo conmigo misma para salir de la cama. A las 6am entro al cuarto de las niñas. Antes de hacer cualquier cosa, planeo mi estrategia. Verán, mis hijas tienen un pésimo despertar. Su saque de salida son gruñidos, llantos y peleas. Así, que he ido probando todo. A veces luz indirecta, a veces directa, con cuenta cuentos, con música, con piojito, sin nada, un día primero una, otro día la otra. Trato tan duro de evitar arrancar el día con llantos, que para las 630 si lo logré, me siento satisfecha, y si no, empiezo a sentir la primera oleada de frustración y enojo. A veces respiro, y las dejo desayunando mientras me cambio. Otras, doy los primeros regaños del día.

Hoy en la mañana, por ejemplo, logramos la levantada con buen humor y buen tiempo. Las dejé desayunando tranquilas y me fui a cambiar para llevarlas al colegio. Cuando regresé a la mesa, había una niña enojada, y un charco de agua en el piso y la mesa. Cuando pregunté si se le cayó, me enteré que lo tiro por enojo. 3….2….1….

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¿Cómo es posible que se resuelvan los desacuerdos aventando cosas? Con golpes. Con gritos. Con insultos. En días que amanezco al 100 y me siento tranquila, respiro y simplemente digo algo como «así no se resuelven los pleitos», «usa palabras, no avientes cosas», etc. Hoy fue así. Le pedí que lo limpiara. Le costó trabajo, pero lo hizo. En lo que la menor limpiaba su enojo, la mayor, decidió usar el moño de la hermana. Le pido que espere a que se tranquilice pero no lo hace. Pleito. Gritos. Llantos. Son las 650 de la mañana y las dos niñas están enojadas, yo frustrada. Empiezo a gritar. A regañar. Castigo los moños, ligas y diademas (aviso que las voy a regalar). Más llantos, más gritos. La menor avienta una bolsa de plástico reciclado al piso, me enojo más, y aviso que nos vamos a la escuela.

Siento un nudo en el estómago, me siento frustrada, cansada, triste, culpable. Odio ser la mamá que grita, que se enoja, que pretende «modelar formas de expresar frustración sin enojo, con enojo». En un micro segundo pasan por mi cabeza todo tipo de pensamientos negativos: que si no las he sabido educar, que si soy sobre exigente, que si son unas consentidas, que si espero conductas más maduras para 6 y 8 años, que si las estoy traumando, que si van a llegar deprimidas al colegio, que si son unas iracundas que seguro no tienen amigos, que si soy yo una iracunda que seguro no tengo amigos, que soy una looser por no trabajar tiempo completo por estar de mamá para esto, que si es mi culpa que sean así por estar full time con ellas. Mientras manejo, lloro, poco, pero lloro, mientras, también regaño, a la antigua, con frases de mamá de película de los 60s, me doy pena. «No es posible…. tralarala…. estoy cansada…. son unas pesadas…. tralalara….» total que para cuando llegamos al colegio, me siento la peor mamá del mundo, con las peores hijas del mundo. Las entrego al colegio… de malas todas. Se bajan con la cabeza gacha, una con actitud triste, otra llorando.

Una parte de mi sabe que a las 8 van a estar felices con sus amigos, pero no puedo evitar sentir la pesadez con la que llegaba al colegio después de pelear con mis papás, no me acuerdo que me decían, no me acuerdo qué sentía. No sé si era que me autoponía mucha presión por ser la hermana menor de Paulina, por querer ser la hija perfecta, no sé si era la frecuencia, el estilo del pleito, o que. Pero recuerdo con un nudo en la panza, con mucha tristeza lo difícil que era para mi llegar al colegio después de «hacer un berrinche», me sentía una niña «mala», «fea», que no merecía nada bueno. Así que con esta sensación me quedo cuando las mando así al colegio, me trauma que se sientan «niñas malas y feas», solamente son niñas, sí intensas, si sensibles, si impacientes, si con urgente necesidad de aprender a tolerar la frustración y expresarla con menos enojo, pero niñas.

Yo escribo esto, sintiéndome esa niña fea que no merece nada bueno. Lo peor, con varios proyectos personales, no urgentes, no pagados, pero sí importantes, sí con objetivos claros en tiempo, sí con posibilidad de convertirse en mi siguiente fuente de trabajo o de ingreso.

Me obligo a respirar, mientras escribo trato de decirme lo que le diría a cualquier amiga que me dijera lo mismo.

«Entiendo que te sientas de la mierda, es horrible ser lo que no queremos, pero fue un ratito, eres humana, se vale tener ratos malos, déjalo ir para que puedas cargar pila, perdónate, entiéndete, aprende de eso, sigue avanzando. Van a haber más de esos momentos, pero van a haber muchos más de los momentos que te hacen feliz, que te dan orgullo. No te enfoques en esos quince minutos. Eres una mamá increíble, que le hechas ganas, que las haces reír, que las consientes. Estás haciendo lo mejor que puedes. Es más, seguro ya piensan mi mamá ya va a empezar a regañar como loca… no creo que estén traumadas, está bien que vean que si empujan y empujan, las personas responden, que tienes un límite en el que ya no respondes con tranquilidad. También se vale decirles que no es la conducta que te gustaría modelar, que tu también estás aprendiendo a no dar de gritos cuando te frustras. Se vale investigar si se sienten niñas feas, niñas malas que no merecen nada bueno. Investígalo, para que te quedes tranquila. Pero suéltalo, o lo vas a cargar toda la mañana en la cabeza, el estómago y el corazón. Cierra ya la caja de mamá, (especialmente la de mamá culposa) y abre la caja de la mamá profesional. Enfócate, avanza en tus proyectos y date chance».

Me sirve más o menos. Me la creo más o menos. Pero sí me siento más tranquila. Llegué en un 11 de frustración, ahora estoy en un 7. Bastante bien. Me cuesta creerme que ya están tranquilas y felices, sin una vocesita lastimando su corazón «niña mala…. niña fea… no mereces nada bueno». Pero bueno, a cambiar el canal. A confiar en la ley del gotero (si fuera diario, constante, y solamente esos momentos los que viviéramos, seguramente la gota, acabaría haciendo un agujero, pero sé que no es el caso, por mucho hay más buenos momentos. Aprender a tomar la vida con ligereza es tan importante como el aprender a no frustrarse, así que en lugar de seguir regañándome, y quitándome lo bueno, me voy a regalar una mañana producitva que sí me la merezco.

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Quiero dedicar mis textos a quienes no dejan de buscar aquello que les hace sentir más felices, completos y suficientes. ¿Qué voces viven en tu cabeza? ¿Cómo haces para no escucharlas cuando no son positivas? (Me encantaría leerlo en los comentarios).