11 de febrero de 2018
Escribir un recuerdo real.
¿Es posible?
La palabra recuerdo borra todo tinte de realidad y la multiplica por sí misma para convertirse no en uno sino en varios recuerdos. El de la memoria, el de los sentidos, el del corazón.
Los recuerdos de mi infancia, por ejemplo, son casi puramente emocionales, con una que otra pieza gráfica tomada de los álbumes de foto de la casa y prácticamente ausentes de guión o sentido.
Mi adolescencia se siente más fresca, pero no por eso más real, pues en el momento en que aparece el guión, también aparece la tentación de editarlo para alinearlo con al imagen del «yo» de la etapa en la que me encuentro.
Recuerdos más recientes, más de «esta etapa», son, por un lado, confrontan más con el papel que jugaron en el estado actual de mi vida, y por otro, tan frescos, que no me atrevo a editarlos sin sentir que francamente me estoy engañando.
Supongo que este ejercicio de escribir un recuerdo real de mi vida, lo que pone en evidencia es que me importan más las sensaciones y los pensamientos que las anécdotas. Me doy cuenta en estas líneas, que acabé en un ejercicio más reflexivo que narrativo. En lugar de narrar, a manera de cuento el día que vi la película El Resplandor a escondidas, o la vez que asusté a mi hermana en Liverpool y se acabó escondiendo tanto tiempo que pensamos que se había perdido, o cuando tomaba clases de cocina con mi vecina, acabé cuestionando qué tan reales son mis recuerdos.
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Ejercicio de escritura del libro «Escribe con Rosa Montero»