11 de febrero de 2016
Uno de los debates más superficiales, pero también constantes es este tema de la vestimenta de los hijos. Por un lado, el querer darles la libertad de escoger su ropa, de construir su identidad y autoestima a través del ejercicios de elegir qué ponerse. Por otro, el terror al ver el resultado tan poco «social friendly». Por un lado palmas y aplausos por ser una madre tan respetuosa, tan centrada, por otro, pánico de ser juzgada como la guevona que no se preocupa por sus hijos, la daltónica y/o la naca.
El clímax lo viví el pasado Halloween, en el que dan permiso a los niños del colegio de ir disfrazados. Sobra explicar que lo que se ve en el colegio son páginas y páginas de Pinterest, de niños increíblemente disfrazados y pintados. Imagínense el lío en el que me metí cuando le pregunto a mi hija chica de qué quiere disfrazarse y me contesta: de paleta mamá.
– ¿De paleta?-
Sí, De paleta
Me hice pato dos días, pero la noche anterior, anticipando una pelea a las 7am, vuelvo a preguntar, ¿mañana de qué te disfrazas?
De paleta
-¿Y cómo es eso?-
Toda de café y con una línea rosa

Supuse yo… Chuppa Chups. Así le hice y así fue. Obviamente le conté la anécdota a quién se dejara, primero perro que quedar como la mamá que mandó a la niña con un moño y ya a la escuela. Me impresiona lo juzguiches que somos entre papás, lo auto críticos y lo volteadas que están las prioridades, que resulte tan complejo el dejar fluir lo que importa y dejar ir lo que no va a formar parte de nuestros recuerdos del futuro.